Hay un pueblo en Nepal donde son tan pobres (o tan ricos) que no necesitan contar hasta más de 79.
Tienen 79 cabras, y cada vez que nace una, la regalan al pueblo de al lado, porque allí les hacen más falta. Ellos con sus 79 no obtienen beneficios, pero subsisten.
No sale en el mapa: la ciudad más cercana está a 79km. Y sus jóvenes no van a buscar trabajo allí, se quedan en el pueblo a ayudar a sus mayores con el pastoreo y los sembrados. No ganan dinero, pero subsisten.
Tienen 79 casas. El año pasado llegó un constructor de la ciudad y se ofreció a construir más. Le preguntaron que para qué, si con las 79 ya viven todos. No van sobrados, pero viven bien. El constructor se lo explicó. Se rieron y le pidieron que se marchara, que eso de la “especulación” no iba con ellos. No ganarán mucho dinero, pero estarán a salvo de bancos e hipotecas.
De hecho, son tan pobres (o tan ricos) que ni siquiera los bancos ven viable abrir una oficina allí.
Tienen 79 canciones: todas felices sobre el amor, la amistad y la alegría de vivir. Ayer un hombre vestido de negro les intentó enseñar otra. Iba sobre un Dios que los quería obedientes. Les pareció una canción tan seria y triste que decidieron no aprenderla, y le enseñaron las suyas al hombre. Hoy ese hombre ya no viste de negro, vive en el pueblo y canta siempre alguna de sus 79 canciones.
Creen en el karma. Dicen que toda acción buena conduce a una mejora en la vida de los demás.
Por eso, cada vez que un grupo de amigos se sienta alrededor de algo (sea una hoguera o un conjunto de micrófonos) a cantar, hacen el mundo un poco mejor.
Y por eso, en ese pueblo de Nepal, donde no necesitan contar más de 79, porque son tan pobres que son ricos, cuando eso pasa, lo agradecen…