La has conocido hace unas horas, pero parece que haya sido hace un rato.
Recuerdas su risa aunque sea la primera vez que la ríes. Su perfume aunque sea la primera vez que la perfumas.
Es una canción hecha infancia. Es la infancia hecha juventud. La juventud hecha promesa de madurez. La promesa de madurez feliz, a su lado, por siempre, desde siempre.
Lleváis toda la noche hablando, riendo, sonriendo, besándoos sin tocaros, tocándoos sin rozaros, rozándoos sin acercaros. Nunca has estado tan cerca de alguien. De alguien así.
Amanece (¿ya?). Le pides al sol que vuelva a la cama, y a la luna que siga despierta, susurrando «un ratito más, por favor». Pero no te hacen caso. La gente (idiota) necesita un día para desperdiciar, aunque tú tengas todavía una noche por aprovechar.
Antes de irse te dice su nombre, con los ojos brillantes, iluminados por el secreto que te acaba de descubrir: es ella. Ella. Ni te acordabas, era sólo el sueño de ella.